jueves, 15 de marzo de 2012
Odio a los hombres.
El buen misógino no odia a las mujeres, odia a los hombres que la provocan, ya que son los responsables de que ellas tiren cada vez más de la cuerda, y los hombres se arrastren más.
Los hombres así son frustraciones con patas, masoquistas de la dignidad, Dios nos otorgó la virtud de la inquietud, ellos la rechazaron, siguen igual toda la vida, baboseando, pagafanteando, como único método de hacer frente a su líbido.
Los hombres cuya identidad sexual se ha forjado en la dirección de humillarse ante el juego de la mujer, son poseedores de un óbice mental que les impide racionalizar sobre si obran bien o no, arrastrándose ante la mujer. Se trata de una clara enfermedad mental. Un varón puede ser muy orgulloso con la gente de su entorno, si se cruza con alguien y sus hombres chocan sin querer, partirle la cara al otro, sin embargo no cambian su actitud ante las mujeres que les ningunean; "quieres rollo", "va a ser que no" "joooooooo cari porfa me molas mucho".
Varones que hacen valetudo y levantan 120 kilos en press de banca, y por las noches se meten a badoo a escribir "hola princesa, qué guapa eres", a gordas que pesan lo que ellos levantan en press de banca.
Aceptan el juego de sometimiento femenino como tal, incluso se sienten cómodos vendiendo su dignidad y humillándose. No sienten humillación, ¿será una ventaja evolutiva?. Esa inhibición de la competitividad mediante el empirismo, esa anestesia para la dignidad. Lo cierto es que así se hacen daño ellos y al entorno masculino.
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